La ducha me ha hecho llorar.
Si señor.
Como todos los días me disponía a ducharme antes de salir por allí a conducir sin ningún destino preestablecido, por hacer algo y no estar encerrada en casa. Me quite mis pendientes y proseguí al cuarto de baño.
Deje correr el agua para que se calentara, como llevo haciendo desde que me mude a este piso.
Para mi sorpresa, tras los dos minutos habituales (es un grifo viejo) el agua seguía igual de fría. Volví a cerrar el grifo para luego volver a dejarlo correr.
Nada.
Lo hice de nuevo. Nada. Y otra vez. Nada. Una vez mas. Nada. Y asi sucesivamente para perder aproximadamente 15 minutos de mi vida luchando con el agua caliente. Encendiendola y apagandola, como con todas las cosas que me rodean, siguiendo el mismo proceso habitual y simplemente se negaba a funcionar.
Estando sola en casa, frustrada y sin saber como arreglarlo me comenzo a invadir una sensación absoluta de impotencia y soledad.
Esa sensación que he querido evitar desde hace un par de dias. Esa sensación que me he prohibido sentir cueste lo que me cueste, aun cuando implique levantarme temprano para hacer cualquier cosa, lo que sea para no tener ni un momento de ocio para poder pensar, sentir y recordar.
Pero los malditos 15 minutos de lucha contra la ducha me traicionaron.
Me traicionaron de la peor manera.
Una puñalada trapera completa.
Y justo cuando me di por vencida de seguirme escondiendo de mis propios pensamientos y las lagrimas empezaron a asomarse a mis ojos...
El agua empezo a salir caliente.
Me di cuenta entonces que a pesar de que a veces las cosas no van como uno quiere, tarde o temprano, se convierten en lo que deben de ser.
Todo es cuestión de un poco de paciencia y de fortaleza para esperar a que el agua por fin empieze a salir caliente, como tenia que haber sido desde el momento en que le diste vuelta a la llave del grifo.
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